Ezeiza como acontecimiento

El 20 de junio pasado se cumplieron 45 años de la Masacre de Ezeiza. Ese día el General Juan Domingo Perón regresaba definitivamente a la Argentina luego de 18 años de exilio. La masacre se produjo en las inmediaciones del palco cuando un sector de la derecha peronista quiso impedir que un grupo de la Juventud Peronista proveniente de zona sur avanzara hacia el palco y se ubicara en un lugar clave. La organización del acto había recaído sobre la “Comisión de los 5” integrada por José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel por el sindicalismo, Juan Manuel Abal Medina por la Tendencia Revolucionaria, Norma Kennedy en representación de la rama femenina y el Teniente Jorge Osinde de larga trayectoria en el movimiento. Estos dos últimos vinculados con el ministro de Bienestar Social, José López Rega y enrolados en la derecha peronista. La masacre significó una expresión brutal del enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronista. Aunque no hubo una investigación o versión oficial, se generó un imaginario que asociaba a los sindicatos con la derecha y en consecuencia los responsabilizaba de la masacre. Esto empezó a delinear una rápida clasificación de dos bandos, cuyos enfrentamientos entraron en una especie de escalada, profundizada entre 1974 y 1975.

Ahora bien, como cualquier acontecimiento histórico en él se sintetizan diferentes procesos con temporalidades y trayectorias diversas. De acuerdo con una temporalidad de mediano alcance, la división del peronismo no era nueva como tampoco la distinción entre diferentes nucleamientos sindicales. Ya desde 1956 se habían conformado tres espacios al interior del sindicalismo: los sectores participacionistas, los vandoristas y los combativos; en 1957 se conformaron las 62 Organizaciones Peronistas frente a las 32 Organizaciones Democráticas, de sesgo participacionista. Aunque sus trayectorias fueron cruzadas, en 1968 se delinearon con mayor solidez las diferencias entre los nucleamientos, el hecho clave fue la conformación de la CGT de los Argentinos en 1968 enfrentada a la dictadura de Onganía y, al mismo tiempo, a la CGT conducida por Augusto Vandor. En 1970, la CGT A decidió la conformación de organizaciones de base por fuera de la estructrura de la CGT, que llevó hacia 1973 a la conformación de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Ese momento coincidió con el surgimiento de Montoneros y la fractura del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y la fundación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Los grupos que se cruzaron en Ezeiza compartían como experiencia la creciente y simultánea naturalización de la violencia política, como estrategia para dirimir sus diferencias. Por decirlo rápido: ya venían enfrentados sólo que por medios distintos.Y se diferenciaban por las generaciones de pertenencia y las tradiciones internas del peronismo que reivindicaban. Tan cierto como que la burocracia sindical tenía estrechos lazos con el bando de la derecha lo es que había sectores sindicales enrolados en la izquierda. De esta manera, respondiendo a su compleijidad constitutiva, el sindicalismo no puede encasillarse a un solo bando, sino que atravesaba todo el espectro político. De derecha y de izquierda había dirigentes políticos, dirigentes estudiantiles y los sindicales no eran la excepción.

En una temporalidad más cercana, esos enfrentamientos entre la derecha sindical y la izquierda sindical habían tenido lugar desde fines de mayo, apenas había asumido la presidencia Héctor Cámpora. Entre el 11 y el 17 de junio en los principales centros urbanos del país organizaciones vinculadas a la Tendencia Revolucionaria produjeron una toma masiva de colegios secundarios, universidades y oficinas públicas. Desde su perspectiva era una estrategia para garantizar la transición de las autoridades que venían de la dictadura a las designadas por Cámpora. Poco después muchos dirigentes y militantes sindicales enrolados en la Tendencia pasaron a formar parte de la JTP, un proyecto político-gremial cuyos objetivos eran organizar a los trabajadores y luchar contra la burocracia sindical. La JTP no conducía sindicatos, aunque tenía agrupaciones en los sindicatos de la Construcción, Gastronómicos, Vialidad Nacional, entre los empleados de los ministerios de Obras Públicas, Gas del Estado, Bienestar Social y Educación, Judiciales, Bancarios, Petroquímicos, Correos, Luz y Fuerza y Personal no docente de la Universidad.

Es interesante destacar, haciendo un enlace con la historia reciente, que la izquierda sindical organizada en la JTP no desconocía el valor de los sindicatos ni su eficacia en la negociación y conquistas sectoriales, sino que cuestionaba el liderazgo y la representación de aquellos dirigentes que catalogaba como burócratas. De ahí que parte de su estrategia fuera desarrollar agrupaciones en cada sindicato para la eventual presentación de listas en las elecciones. La exigencia de democracia sindical era una disputa con sectores adversarios pero no una estrategia que cuestionara el tipo de representación orgánica sobre los trabajadores, ni sus vínculos con el movimiento peronista.

Ezeiza como acontecimiento sintetizó la configuración sindical de años anteriores y la reforzó. Al mismo tiempo, significó un anticipo de que esa violencia naturalizada se agudizaría primero bajo el accionar de grupos parapoliciales y luego ya monopolizada en la dictadura militar desde 1976.

Los costos para todo el peronismo fueron importantes aunque con dimensiones diferentes. La izquierda peronista fue perseguida impiadosamente por la dictadura, los trabajadores organizados fueron el colectivo que mayor cantidad de detenidos-desaparecidos tuvo. Y los sindicatos, aunque intervenidos y con algunos de sus dirigentes encarcelados, no pudieron escapar a ese imaginario que los asoció a la derecha. Sobre este imaginario se montó la denuncia del pacto sindical-militar, por el que supuestamente el sindicalismo le había garantizado a los militares responsables de los crímenes de lesa humanidad su impunidad en caso de que el Partido Justicialista ganara las elecciones. La lamentable quema del ataúd por parte de Herminio Iglesias en el cierre de la campaña del PJ en octubre de 1983 refrendaba esta imagen de un sindicalismo de otro tiempo.

Esta situación no puede atribuirse directamente a Ezeiza pero sí puede pensarse como uno de sus corolarios indirectos, como parte de una temporalidad propia. En términos de legitimidad, el sindicalismo no sólo quedó debilitado frente a la sociedad sino también a los sectores políticos peronistas que aprovecharon esta coyuntura para eliminar el carácter movimientista del partido en pos de su objetivo de construir un peronismo democrático. La reconstrucción de la legitimidad sindical y su regreso a la política recién tuvieron nuevas chances en el proceso político luego de 2003, con otra generación sindical. Pero esto ya es parte de otra historia.