Teatro y peronismo: producción de malestar

Entre 2008 y 2017 escribí cuatro obras que conforman el libro ¡Perón Vive!, que, con el subtítulo “cuatro obras peronistas”, edita Ciccus en 2018 y que lleva prólogo de Esteban De Gori y contratapa del dirigente histórico del PJ, Lorenzo Pepe. Imagino que a raíz de esas obras, alguna de ellas estrenada con cierta repercusión en Buenos Aires, es que se me convoca desde estas páginas a escribir sobre el peronismo y el teatro a 45 años del regreso de Perón a Ezeiza. Es por eso que me disculpará el lector si no encuentra en este texto un análisis académico del peronismo y, en cambio, se ve obligado a soportar un exceso de autorreferencialidad a mi teatro y a estas cuatro “obras peronistas” en particular. El libro incluye las obras “Estado del tiempo”, “Pase de manos”, “La comunidad organizada” y la conocida y estrenada “El secuestro de Isabelita”. Todas las piezas tienen como hilo conductor a Perón y el peronismo, y se desarrollan después del 1° de julio de 1974, cuando Perón ya ha muerto. Sin embargo, en todas ellas, se huele que… Perón vive. Una breve síntesis de cada una de estas obras, me permitirá, más abajo, analizar los procedimientos y motivaciones de producción de esta parte de mi teatro.

La primera de ellas, “Estado del tiempo” se desarrolla en 1975, y tras la muerte del líder de su movimiento, el General Perón, un hombre agobiado por un pasado que parece que ha retornado a su memoria, le confiesa a su esposa que en 1954 y antes de conocerla, se casó con otra mujer a la que abandonó en 1956 tras la conocida excusa de que se iba a comprar cigarrillos y nunca regresó. Tras esta confesión, la esposa decide buscar a la mujer anterior y cuando la conoce y los tres se juntan, una nueva y estremecedora historia del pasado de los tres surge entre los recuerdos. El hombre nunca dejó a su primera esposa sino que fue preso por la dictadura de Aramburu y en la cárcel conoció a su actual mujer quien desconocía su pasado. Finalmente, resuelto a recuperar su historia y su militancia, en 1976, el hombre vuelve a tomar contacto con sus compañeros de antaño y desaparece, quedando las dos mujeres buscándolo infructuosamente.

En “Pase de manos”, en un hotel de mala muerte de la ruta 3, quedan varados dos delincuentes que acaban de profanar el cuerpo del General Perón y robarse sus manos, un sable, una gorra y un poema enmarcado que Isabelita le escribiera a Perón. El dueño del hotel, un voyeur que espía a sus pasajeros, y su novia descubren el delito y deciden “mejicanearlos” en una comedia de enredos, pero del color más oscuro. Este cuarteto de villanos que desprecia a Perón y a su ideología terminará mal, aunque las manos del General nunca aparecerán y tampoco ninguno de ellos sea descubierto.

En “La comunidad organizada”, la tercera de las obras, un grupo de adolescentes que milita en la organización Montoneros decide, a fines de 1974, robar la casa de uno de los militares que más ha participado como ministro en casi todas las dictaduras de la Argentina. El dinero es para comprar un viñedo que les permitirá blanquear plata para sostener a las organizaciones y publicaciones “de superficie” y, por lo tanto, legales. La situación se complica cuando en la casa desocupada debido a un viaje del militar, aparecen dos parientes que entorpecen sus planes.

Finalmente, “El secuestro de Isabelita” se trata también de una comedia de humor negro en donde un grupo de jóvenes expulsados de la organización Montoneros por “excesivamente fierreros” decide dar un gran golpe, secuestrando a la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón, pero por un error, se llevan a la mucama de la viuda del General. Devolverla será tan complicado como haberla secuestrado. ¿Isabel Perón fue secuestrada a principios de 1976? ¿La mucama de Isabel se llamaba Isabel Pavón? ¿Además limpiaba en la casa de Casildo Herrera? ¿Después de fusionarse con las FAR, los Montoneros echaron a un grupo de los suyos por excesivamente militaristas? ¿Firmenich alguna vez les dio vacaciones a los Montoneros? ¿Perón murió el 1° de julio de 1974? ¿Perón murió en Buenos Aires o en Madrid? ¿La droga y la homosexualidad estaban en contra de la moral revolucionaria de la organización? ¿A quién conoció Perón en el exilio en Paraguay? ¿A un tal Holgado? Estos y muchos interrogantes más se develan en “El secuestro de Isabelita”.

Gus Goncalvez

El teatro de temática histórico-política tiene una rica tradición en la Argentina. Sin embargo, y a excepción tal vez de algunos proyectos creativos muy singulares (por ejemplo, Copi, entre otros), no puede decirse lo mismo de la variante grotesco-absurdista y humorística del género, predominantemente volcada más bien a las temáticas de costumbres o psicológicas. Estas obras que conforman el libro ¡Perón vive! están tramadas en un complejo proceso de resignificación social del peronismo y de su estatuto y funcionalidad cultural que es muy reciente. Se proponen intervenir en ese proceso de un modo crítico (y, por supuesto, en términos figurativos y artísticos, no en términos argumentativos ni de tesis). Nos referimos a la depreciación y refuncionalización política de la simbólica peronista por su ingreso masivo a las lógicas del mercado cultural especialmente mediático durante los años 90, por una parte; por otra, a la fijación retórica setentista del discurso de rememoración de los sobrevivientes de las organizaciones armadas juveniles, especialmente de Montoneros, cuyos férreos límites son también estéticos y presentan, por tanto, en ese aspecto un anacronismo quizás más severo que el resto de las dimensiones de su presencia cultural más o menos reciente.

Las piezas “peronistas” de mi repertorio se proponen operar críticamente sobre esas mutaciones y fronteras a través de procedimientos escénicos, retóricos y textuales de distancia y extrañamiento, combinados con dispositivos de familiarización y reconocimiento pero siempre tramados en registros desfasados respecto del sustrato realista (histórico y doxológico) contra el que trabajan, es decir disimétricos, hiperbólicos o desnaturalizantes de un sentido común social muy extendido acerca del peronismo en general y de los hechos de la violencia política argentina de los setenta en particular. Así, el propósito de estas obras puede resumirse en la producción, por medios estéticos, de un malestar sobre el paradigma mítico que constituye buena parte de nuestra subjetividad política y, por tanto, vital.

Las obras ponen en riesgo los paradigmas de “la juventud maravillosa”, pero no desde el punto de vista crítico del antiperonismo al que estamos tan acostumbrados, sino justamente desde dentro de la propia fuerza política a la que el autor suscribe y milita.

En síntesis, estas obras parecen decirnos que resulta necesario situarnos en un terreno de intervención –crítica, artística y cultural– en el que estemos construyendo significaciones; un terreno contencioso y heterogéneo en el que nuestra iniciativa pueda superar la tentación de adjudicarle el mayor grado de legitimidad y verdad a una sola clase de discurso progresista cristalizado sobre la militancia de los setenta en la Argentina y de la del peronismo de esos años.