Graciela Daleo: “Resistir es combatir los golpes de Estado”

La socióloga Graciela Daleo, militante ex detenida-desaparecida en la ESMA, quien también fue perseguida judicialmente en plena democracia durante el gobierno de Alfonsín y luego la única que rechazó el indulto de Carlos Menem, retrata el 24 de marzo de 1989.

Después de haber pasado un año y medio prisionera en la ex ESMA, el exilio, retornar a tu país y ser perseguida judicialmente por el gobierno democrático de Alfonsín, ¿dónde y cómo pasaste el 24 de marzo de 1989?

Cuando salí de la cárcel de Ezeiza la noche del 2 de diciembre de 1988 la tercera sublevación carapintada seguía creciendo. El día anterior se habían sublevado los Albatros de la Prefectura. Fueron para Campo de Mayo y se sumaron a los militares comandados por Seineldín. Exigían más impunidad para los pocos genocidas que no habían logrado el cobijo de las leyes alfonsinistas de Punto Final y Obediencia Debida. La rebelión siguió en el cuartel de Villa Martelli. Afuera hubo siete muertos, pero no uniformados, sino civiles que se plantaron frente al cuartel para repudiar el levantamiento. Policías y militares tiraron contra los manifestantes. En ese clima, y con el fiscal llegando hasta la Corte Suprema para que me revocaran el sobreseimiento, decidimos con algunos compañeros y amigos que lo mejor era que saliera un poco de la “escena”, así que me fui a la playa. Ahí estaba cuando fue lo de Tablada. Recién volví a mediados de marzo. Ese 24 fue feriado: era el viernes de Semana Santa, y no tengo ningún recuerdo específico de ese día, porque la marcha fue el 23.

Ese 13º aniversario del golpe de 1976 transcurrió tres meses después del alzamiento carapintada que mencionaste, y a dos meses del intento de copamiento del cuartel de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria. En febrero estalló una hiperinflación sin antecedentes en la historia argentina que va a producir el derrumbe del gobierno de Alfonsín. ¿Qué balance hacías en ese momento tan duro acerca de la transición democrática que llevaba casi seis años?

No sé si hacía un “balance”, me sentiría pomposa diciendo que hacía un balance… Sí, puedo anotar algunos puntos: no usaba la expresión “transición democrática” y no la uso ahora. Es una fórmula que no me explica ese tiempo. Tampoco “gobierno democrático”. He hablado de gobiernos constitucionales para referirme al período que arranca el 10 de diciembre de 1983. Y eso no quiere decir que no haga una tajante diferencia entre la dictadura genocida y los gobiernos constitucionales posteriores. Por supuesto que la hago.
Milité en agrupaciones peronistas que cuestionaban políticas del gobierno de Alfonsín, en especial la política económica, a la que en abril del 85 encuadró como “economía de guerra”, para después imponer el Plan Austral; el reconocimiento de la deuda externa fabricada por la dictadura. Y cuestioné toda la línea que siguió ese gobierno que, después del juicio a los excomandantes, enfiló a garantizar la impunidad de los genocidas.
Cuando empezó el levantamiento de los carapintadas de Semana Santa del 87, la respuesta popular fue masiva. Prácticamente durante cuatro días estuvimos en las calles y en las plazas repudiando a los golpistas. Pero frente a ese respaldo al régimen constitucional, lo que hizo el gobierno fue concederles a los sublevados lo que exigían a punta de fusil: más impunidad. Y al mismo tiempo continuó la persecución a militantes antidictatoriales, que nos llevó a la cárcel a varios y obligó a un nuevo exilio a otros. No creo haber hecho un balance entonces, pero sí sé que vivía, pensaba, actuaba o me retraía, en un estado de conflicto, con muchas contradicciones. Y con muchos interrogantes: no era el país del pan en todas las mesas y la cárcel a los genocidas –un piso básico, por decirlo muy resumido–, o sea, no había justicia social, ni justicia para los miles victimizados por el Estado terrorista; pero nos manifestábamos en las calles, podíamos militar políticamente, habíamos recuperado el ejercicio de algunos derechos. ¿Cómo hacer el quehacer militante en la Argentina posdictatorial? ¿Qué de mis aprendizajes, prácticas, experiencias previas servían para esa actualidad, y qué no se correspondía con las urgencias de ese momento? Preguntas y cuestionamientos, más que balance…
Y en ese núcleo de interrogantes, convicciones, historia propia y colectiva, problematizaciones, anotaría la conmoción que significó el operativo del Movimiento Todos por la Patria en el cuartel de La Tablada el 23 de enero del 89. Cuando escuché las primeras noticias, pensé que eran otra vez los carapintadas. Luego supe que era el MTP, aparecieron los nombres de algunos de los caídos, como Jorge Baños y no entendía nada… No lograba encajar esa acción con el momento político; a la vez el MTP era una organización de compañeros cuya prensa leía, a cuyos actos y celebraciones fui. Había que mantener un delicado equilibro entre la evaluación política de una acción –que consideraba equivocada– y la necesidad de repudiar el accionar criminal de los militares que reprimieron al MTP. Y eso que en aquel momento solo se conoció una décima parte de lo que está saliendo hoy a la luz en el juicio por los desaparecidos de Tablada. Fueron días de una tremenda confusión, de un tremendo dolor. También de miedo. Yo sentí miedo. ¿Qué iba a venir ahora? ¿Un nuevo golpe, otra vez los milicos? Me acosaba una sensación de gran fragilidad, de amenaza. La memoria del ciclo “golpes militares-gobiernos constitucionales tutelados-golpes militares” que había vivido desde mi infancia regaba mis temores.

¿Qué recuerdos tenés de ese 24 de marzo?

En el 89 la marcha fue el jueves 23, que se hizo a continuación de la ronda de las Madres en Plaza de Mayo. De ahí fuimos a Congreso. La consigna era: “Resistir es combatir los golpes de Estado”. Y estuvo muy teñida por las distintas posiciones en relación a Tablada, ya que Madres desde el inicio tomó una postura muy activa de denuncia de las torturas y asesinatos perpetrados durante la recuperación del cuartel, y que fue duramente criticada por algunas organizaciones políticas que habitualmente participaban de las convocatorias de las Madres. Otro elemento que sumó para que el clima fuera espeso, por decirlo de algún modo, era el proyecto de modificación del Código Penal para “combatir el terrorismo” que Alfonsín había mandado al Congreso. Días antes había dictado el decreto 327, con medidas motivadas en “las particularidades de la acción terrorista subversiva”, y que justificarían que pudiera “finalmente llegarse al empleo de las Fuerzas Armadas”. Repasando ese decreto y el proyecto de ley –que al final no se trató en esos momentos, porque se acercaban las elecciones–, pienso que son una adecuada bibliografía para el gobierno de Macri, en particular para Patricia Bullrich y Oscar Aguad, tan empeñados en recrear argumentos y herramientas para acentuar la militarización y policialización de la sociedad argentina. A veces parecería que giramos en una especie de rueda que retorna a puntos que si no son los mismos, se parecen. Fue una marcha difícil, diría. Antes de arrancar, Hebe de Bonafini advirtió: “ronda la idea de que puede haber provocaciones; no hay que picar ese anzuelo”. La marcha, nos recordó, era “para repudiar los golpes y la ley antiterrorista, para condenar Martelli, Tablada, Semana Santa”, porque “cada vez que un militar se levanta, corre peligro el pueblo”. Por eso “hay que movilizarse, no claudicar, no callar, no olvidar, no renunciar, no perdonar”.

Entrevista: Guillermo Levy